De Imitatione Christi

Por Desiderio Parrilla, 29 de agosto de 2011

A principios de los años ´70 Klaus Kinski (1926-1991) realizó una “experiencia teatral” de cierto interés. Llevó a cabo una serie de polémicas presentaciones teatrales conocidas como “Jesus Christus Erlöser” o simplemente “Jesus Tour”, en las que enfrentaba abierta y hostilmente al público, se autoproclamaba el mesías e incitaba la reacción visceral del auditorio con toda suerte de provocaciones. Los guiones completos de sus presentaciones, así como su grabación en audio, se conservan. El momento más célebre de esta presentación se puede encontrar en el documental biográfico Mi enemigo íntimo (Mein Liebster Feind, 1999), de Werner Herzog. Cada velada se reducida esencialmente a una larga sesión recitativa donde el actor se limitaba a proclamar algunos pasajes de los Evangelios.

Para desarrollar el proyecto, Klaus Kinski aplicó elementos del teatro experimental de Jerzy Grotowski y recursos del “teatro de la crueldad”, siendo el más evidente la interacción con, o contra, el público. Sin embargo, este “experimento teatral” era además una especie de laboratorio para demostrar la falsedad del método teatral de Constantin Stanislawski. El llamado «método Stanislavski» consiste básicamente en hacer que el actor experimente durante la ejecución del papel emociones semejantes, parecidas a las que experimenta el personaje interpretado; para ello se recurre a ejercicios que estimulan la imaginación, la capacidad de improvisación, la relajación muscular, la respuesta inmediata a una situación imprevista, la reproducción de emociones experimentadas en el pasado, la claridad en la emisión verbal, la empatía absoluta, etc. Klaus Kinski quería demostrar que este método era falso, ya que nadie podía, según Kinski, imitar a Cristo con un método ni “actuar” (en su doble sentido) como Él actuaba cerrándose sobre sus propios límites y confiando exclusivamente en las propias fuerzas o la propia inteligencia. Indirectamente se demostraba la falsedad de todo tipo de mesianismo, fuera éste teatral, político, moral, cultural o estético, de derechas o de izquierdas, confesional o ateo, cristiano o anticristiano, conservador o revolucionario, etc.

La “experiencia teatral” fue un banco de pruebas donde, efectivamente, el actor no logró identificarse con Cristo ni convertirse en San Ginés ni en el protagonista del “Jesús de Montreal”, por citar dos casos de mimetismo teologal similares. Al final de las representaciones aparecía un Kinski francamente aturdido, cansado y agobiado, tras la infructuosa representación. Parecerse a Cristo, imitarlo sin el auxilio de la gracia, desemboca sencillamente en una farsa, su antítesis perfecta. Ciertamente, el demonio ha sido calificado por la Tradición como la “mona de Dios”. La obra es el anti-Kempis.

He aquí una de las veladas más significativas del evento:

Klaus Kinski no consigue identificarse con Cristo pero tampoco identifica a Cristo en el otro. La obra sólo desencadena violencia. En varias ocasiones el público pretende agredirle físicamente. Le insultan e insulta. Devuelve mal por mal. El escándalo lo domina todo y la obra se convierte en una sucesión alternada de reproches, golpe y contragolpe, en una espiral violenta donde sólo prima la incomunicación y el “tu quoque”. El público se amotina y, unánime, pretende expulsar del escenario a Kinski, quien impreca a sus adversarios con las exhortaciones parenéticas más inflamadas del Evangelio. Sin duda, los errores doctrinales en los que Kinski incurre a lo largo de la obra son numerosos pero eso no impide que su uso de los diversos pasajes del Evangelio que condenan la violencia sean acertados. Los ateos, maoístas, sesentaiochistas y partidarios de la revolución violenta, abundan entre el público. KInski los increpa con los pasajes del Evangelio. Entonces la violencia llega hasta el paroxismo. La policía le aconseja suspender la representación y Kinski accede.

Como en la obra de Sartre A puerta cerrada cada hombre sólo ha revelado los defectos de su prójimo, incapaz de redimir al otro o de redimirse a sí mismo de ese fracaso existencial, de esa convivencia desgraciada, que no es ni mejor ni peor que la soledad sino que es la soledad misma: el infierno son los otros. Kinski trata de escapar de este infierno violento de incomunicación. Trata de recuperar una y otra vez el guión pero es incapaz de decir nada verdadero de Cristo, sólo incurre en una ecolalia de “disco rayado” que sólo sabe repetirse a sí mismo sin pasar al otro. Su frustración es máxima, y al finalizar el drama deambula, cansado y abatido, entre un pequeño grupo de espectadores.

El actor se ha esforzado al máximo en interiorizar el papel de Cristo, identificarse con Él, ser uno con Él, por sus solas fuerzas; y, claro, concluye la obra sin lograrlo. Porque tal comunión no es cuestión de puños. Sin el don del Espíritu santo, sin esta gracia señalada, el Verbo, el Lógos verdadero, no se encarna y el actor es sólo el “hombre hueco” de T. S. Elliot, poema que por cierto también es recitado por Kurtz en la girardiana Apocalipsis now [Eliot abre el poema con una cita de El corazón de las tinieblas, la novela de Joseph Conrad en la que se basaría la película de Coppola]. Las palabras de los hombres huecos son sólo flatus vocis, verba volans, flores lanzadas al aire, meros borborismos.

“Somos los hombres huecos
Somos los hombres de trapo
Unos en otros apoyados
Con cabezas de paja. ¡Ay!
Nuestras voces resecas
Cuando cuchicheamos
Son quedas e insensatas
Como el viento en la hierba seca
O el paso de las ratas
Sobre los vidrios rotos
De nuestro sótano

Hechura informe, sombra sin color,
Fuerza paralizada, gesto sin movimiento;

Aquellos que han cruzado
Con la mirada fija, al otro Reino de la muerte
Nos recuerdan -si acaso- no como perdidas
Almas violentas, sino
Como los hombres huecos,
Los hombres rellenos.”
[Trad. de Jordi Doce, ed. Galaxia Gutenberg, con alguna modificación]

Este fenómeno cultural nos ayuda a entender ese error actual de un proyecto político de nueva cristiandad sin cristianismo. El pelagianismo de Klaus Kinski desemboca en un fracaso teatral donde el único protagonista ha sido la violencia. Este pelagianismo me hace pensar en los pelagianismos de derecha e izquierdas actuales. Pelagianismos que reivindican el cristianismo pero sólo nos traen violencia. Estos pelagianismos falsifican la esencia del cristianismo que es un acontecimiento de gracia, y no un proyecto humano por muy loable que éste sea. El pelagianismo de derechas reivindica el cristianismo como salvaguarda de los valores de la civilización occidental frente a la decadencia de esos mismos valores, mientras el pelagianismo de izquierdas reclama ese mismo cristianismo como pretexto para el compromiso moral o el activismo político en la sociedad globalizada.

Ambos pelagianismos me recuerdan a esas escenas del “Jesus tour” donde al final la noticia que se proclama no es la Buena Nueva de Jesucristo sino el reino de la violencia, con el cristianismo como pretexto para golpear al adversario.

Sin embargo, ese Klaus Kinski balbuciente y triste, fatigado y exhausto, que busca a Cristo en medio de las ruinas y el fracaso, ese pobre hombre que intuye ser una “oveja sin pastor” en medio de otras ovejas igualmente descarriadas, sí parece estar a punto para la súplica, la petición desgarrada de un momento de gracia. “Un corazón contrito y humillado, Señor, Tú no lo desprecias…”. Un corazón contrito y humillado el Señor no lo desprecia.


4 thoughts on “De Imitatione Christi

  1. Entonces Klaus Kinski no es el Mesías? Esto es lo que hacían algunos en plena época del Jesús es tu amigo, de que la democracia traerá la justicia y el jóvenes, despertad!, la teología de la liberación…Otro fue Ernesto Sábato. No muchas personas intuyen en su época que aquello que se presenta como lo bueno, lo que va a traernos la felicidad es en realidad un impostor, el ladrón que no entra por la puerta. Aquí se puede hacer una lectura menos cruel con Kinski, lo que hacía era intentar que los demás se diesen cuenta de que eran malvados y no personas que querían mejorar la sociedad, y esa sí me parece una buena imitación de Jesús. Yo tengo otra, para esta época, dedicada a los jóvenes cristianos: NO OS CONOZCO
    Un abrazo, David.
    PD: Si alguien sabe quién es el Mesías, se ruega escriba a eduardo.piquer@ucv.es

  2. Kinski era un «polemos», un agitador y un artista con una carácter bastante violento. Anécdotas hay muchas, pero el documental / película de Herzog es suficiente. Decimos de personajes como él que levantan pasiones. O que son auténticos. La autenticidad y la pasión no sé si tienen mucho que ver con Kinski, pero creo que el profesor Parrilla acierta al poner en el punto de mira a Kinski como figura que cuanto menos revuelve y no deja tranquilo.
    Os recomiendo que echéis un vistazo al post de hoy (http://xiphiasgladius.wordpress.com/2011/09/09/teatro-y-violencia-el-fin-de-las-artes-i/) con una referencia a otro escrito de Desiderio (http://www.xiphiasgladius.org/#!publicaciones/vstc1=papers) para poder profundizar en un tema, el de las artes escénicas (así, en general) cuyo auge diversificación contemporáneas han de beber de una misma fuente: la crisis del poder ritual de las instituciones humanas, tanto socio-políticas como artísticas y culturales.
    Bajo toda esta verborrea, Eduardo, querido amigo, hay algo que tú y yo sabemos perfectamente: el hombre ni busca ni quiere ni ve la belleza. El arte es ya otra cosa. ¿Debería dejar de llamarse arte?

  3. Tremenda la escena, la acusación en el dedo del actor y del público, la policía manteniendo el «orden» con su presencia… cuántos linchamientos se evitan con la violencia del Estado. Pregunta: ¿Jesús no es a su vez, un acusador de acusadores? ¿Qué lo hace estar fuera de la mímesis y el ciclo violento que desata?

    1. Ivan, te contesto.
      Empiezo por lo último. Jesús es el siervo de Yahvé. Cómo lo acredito. Por la Fe. Cómo se alcanza esta fe. Por el «argumento de espíritu y de fuerza». En la experiencia que vivimos hoy en la Iglesia vemos reflejada y descubrimos como verdadera la experiencia que los primeros apóstoles tuvieron con Jesús. Yo he visto siervos de Yahvé en la Iglesia «fuera de la mímesis y el ciclo violento», como tú dices. Al preguntarles cómo eran capaces de ser tan fuertes, tan poderososos. me sorprendió escuchar su respuesta: ellos eran en realidad unos débiles, unos neurasténicos sin voluntad, unos miserables, unos traidores y uno envidiosos, como sus perseguidores, pero Jesús se compadeció de ellos y les otorgaba su Espíritu, capaz de amar en la dimensión de la cruz, amar al enemigo, al que les odiaba, les acosaba, les traicionaba, sin devolver mal por mal porque el mal no era contagioso para ellos…
      Por otro lado, es cierto, el Estado es lo que contiene la violencia ilimitada usando la violencia comedida. Es el katechon de San Pablo: contiene la violencia (la mantiene bajo control) pero también contiene violencia (la controla con violencia). El Estado, por tanto, debe ser considerado como un gran bien, tal vez el mayor bien después de la Iglesia. Oponerse al Estado sólo traería más desorden al ya existente. Por eso el poder debe ser obedecido y respetado con observancia.
      Por otro lado, acusador es el que busca la causa (ad causam) de la violencia. Jesús conoce la causa de la violencia: la concupiscencia llamada «mímesis», los mecanismos de la violencia contagiosa. En este sentido, Jesús primero reune discípulos adultos, escandalizados y violentos, y trata de instruirlos en el secreto mesiánico, apartandose de la colectividad, enseñándoles el arcano.
      Después, hace extensiva esta educación a los que están fuera de este círculo de confianza pedagógica (los judíos) y fuera del círculo hebreo (los gentiles). Es el momento de las predicaciones públicas, la parresia, el uso de la parábola para convencer a todos de su pecado. A ti también Ivan. Pero el mundo violento no puede aceptar esta verdad. Y reacciona con una esclada de violencia que succiona a todos. Jesús conoce los mecanismos de esta violencia contagiosa. Entonces emprende la predicación apocalíptica: donde advierte a todos de las consecuencias de no imitarle a Él que imita a su padre: el desencadenamiento de una violencia incontrolada que los engullirá a ellos sin remisión, trayendo revueltas políticas, represalias, facciones, guerras innumerables…

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